En aquella ocasión Jesús tomó la palabra y dijo:
¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!
Mt 11, 25 (Biblia de Nuestro Pueblo)
Esta corta plegaria Jesús la proclama al Padre en una reacción jubilosa ante el resultado de la misión de los apóstoles: los pobres e ignorantes han recibido el anuncio y la realidad del reinado de Dios.
En una sociedad donde el prestigio era una forma de poder y de seguridad económica, la ignorancia era considerada no sólo como ausencia de conocimiento, sino como marca sobre las personas que carecían de instrucción o enseñanza. Jesús denuncia esa falta de religiosidad: la salvación no depende de una mayor o menor pericia en la compleja interpretación bíblica, sino de la capacidad para captar el paso de Dios en la historia y de la disponibilidad de aceptar el llamado de Dios.
El conocimiento sin humildad no sirve al proyecto del reino de Dios y por ende la humildad es resaltada como cualidad primaria para entregarse al servicio del Evangelio.
En ocasiones consideramos que debemos tener un elevado nivel de conocimiento bíblico para seguir a Dios y llevar Su mensaje. En este sentido, vemos como la palabra nos refleja que no tenemos que ser sabelotodos o hacer algún curso o formación intensiva para que Dios nos hable. En su infinita misericordia y benevolencia Dios nos manifiesta con amor Su voluntad, de manera que podamos ser instrumentos de Su palabra dejando en el prójimo un ejemplo de entrega y servicio. A veces tenemos miedo del llamado de Dios pensando y asumiendo que no estamos preparados, sin darnos cuenta de que precisamente eso es parte del plan de Dios, porque El quiere moldear nuestra vida a Su manera y ese proceso de aprendizaje por el cual debemos pasar para alcanzar ese ‘conocimiento’ de la realidad de Dios es lo que forma nuestro testimonio de vida para la evangelización a la que hemos sido llamados.
En este momento… reflexiona ¿qué tanto te pides a ti mismo cuando Dios solo espera que le escuches? Ahora mismo, analiza ¿cuántas veces a través de una palabra, ya sea escuchando una lectura bíblica o a través de tu prójimo, has identificado que Dios te ha hablado de manera directa y sin embargo tu incredulidad ante el hecho no te permite verlo? ¿Realmente no estás preparado para el llamado de Dios o es que tienes miedo de ponerlo en práctica? Si Dios te ha llamado para algo es porque El pondrá en ti lo que necesitas para realizarlo, ¿quién te conoce más que El? ¿Crees que te daría algo que no puedes manejar? ¿O crees que se equivoca eligiéndote a ti?
Aprende a escuchar la voz de Dios y reconoce que es a un corazón humilde y abierto a Su amor que El habla y revela Su voluntad.
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